Murillo: una historia de bondad y superación
Murillo fue uno de los pintores más destacados del siglo XVII en España. Su obra abarca desde temas religiosos hasta escenas cotidianas de la vida sevillana, pasando por retratos y paisajes. Su estilo se caracteriza por el uso de colores vivos, la delicadeza de las formas y la expresividad de los rostros.
Murillo nació en Sevilla en 1617, en el seno de una familia humilde. Quedó huérfano a los diez años y se formó como pintor con su cuñado Juan del Castillo, que le enseñó las técnicas del naturalismo tenebrista. Más tarde, viajó a Madrid, donde conoció la obra de Velázquez, que le influyó en su búsqueda de la luz y el realismo.
A su regreso a Sevilla, Murillo se dedicó principalmente a pintar cuadros religiosos para conventos e iglesias. Entre sus obras más famosas de este periodo se encuentran las series de la vida de la Virgen y de San Francisco de Asís, que muestran su maestría en el tratamiento de las telas, los gestos y las emociones.
Detalle de "San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz".
A pesar de las dificultades económicas y sociales que atravesaba la ciudad, Murillo supo abrirse camino en el mercado artístico y ganarse el favor de los clientes más exigentes. Su estilo evolucionó desde las primeras obras de temática religiosa, con influencia del naturalismo tenebrista, hasta las últimas, más luminosas y coloridas, con escenas de la vida popular y de la infancia de Jesús y la Virgen. Entre sus obras más destacadas se encuentran las series pictóricas que realizó para los conventos de San Francisco y de los Capuchinos, el ciclo de la vida de Santa María la Blanca para la iglesia homónima, o los retratos de personajes ilustres como Juan de Dios o Nicolás Omazur.
Murillo fue también un hombre comprometido con su tiempo y con su ciudad. Participó activamente en la fundación de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, donde ejerció como presidente y profesor. Asimismo, se involucró en obras de caridad y beneficencia, especialmente con los niños pobres y abandonados. Su generosidad le costó la vida, pues contrajo una grave infección al caerse de un andamio mientras pintaba un cuadro para el Hospital de la Caridad. Murió en 1682, a los 64 años, dejando un legado artístico incomparable y una huella imborrable en la historia de Sevilla.
En la década de 1660, Murillo cambió su estilo y se orientó hacia una pintura más luminosa y colorista, con influencias del barroco italiano y flamenco. Sus temas se diversificaron y empezó a pintar escenas populares, como las conocidas como "los niños de Murillo", que representan a niños pobres y mendigos con gran naturalidad y ternura.
Detalle de "Niños comiendo Uvas y Melón".
Murillo también fue un excelente retratista, capaz de captar la personalidad y el carácter de sus modelos. Entre sus retratos más célebres se encuentran los de su mecenas Nicolás Omazur, el obispo Ambrosio Ignacio Spínola y el escultor Pedro Roldán.
Murillo murió en 1682, tras sufrir una caída mientras pintaba un cuadro. Su legado artístico fue enorme y tuvo muchos seguidores y admiradores, tanto en España como en el resto de Europa. Su obra se conserva en museos como el Prado, el Louvre, la National Gallery o el Hermitage. Si deseas conocer otros datos sobre Murillo y su obra, características técnicas, datos sobre artistas del Renacimiento y, sobre todo, información sobre las más grandes obras del arte que alberga el Museo del Prado de Madrid, te recomendamos "El Prado Guía de Arte" ya disponible en Amazon haciendo click aquí. Si prefieres comprarlo en librería, encuentra tu librería más cercana haciendo click aquí.